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El Evangelio (del latín evangelĭum, y este del griego εὐαγγέλιον [euangelion], «buena noticia», propiamente de las palabras εύ, «bien», y -αγγέλιον, «mensaje») es la narración de la vida y palabras de Jesús, es decir la buena nueva del cumplimiento de la promesa hecha por Dios a Abraham, Isaac y Jacob de que redimiría a su descendencia del pecado[1] por medio de la muerte de su Hijo unigénito Jesucristo,[2] quien moriría en expiación por el pecado de toda la Humanidad[3] y resucitaría al tercer día[4] para dar arrepentimiento y perdón de los pecados a todo aquel que crea en él.[5] Los evangelistas consideran que estos eventos fueron predichos por los profetas en el Antiguo Testamento.[6] Entre otros, David profetizó que Jesús resucitaría al tercer día sin ver corrupción;[4] David murió y su cuerpo vio corrupción[7] y su tumba está en el monte Sion, pero Jesús resucitó al tercer día[8] cumpliendo la profecía de su resurrección y su tumba está vacía y es conocida como el Santo Sepulcro. Este es el evangelio que predicaban los primeros discípulos de Jesús.[9]
En un sentido más general, el término evangelio puede referirse a los evangelios, que son escritos de los primeros cristianos que recogen las primigenias predicaciones de los discípulos de Jesús de Nazaret. Siendo el núcleo central de su mensaje la muerte y resurrección de Jesús. Son cuatro los evangelios contenidos en el Nuevo Testamento de la Biblia cristiana, llamados evangelios canónicos, reconocidos como parte de la Revelación por las diferentes confesiones cristianas. Son conocidos con el nombre de sus autores: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
La mayoría de los expertos consideran que estos cuatro evangelios fueron escritos entre los años 65 y 100 d. C., aunque otros expertos proponen fechas más tempranas.[10][11]
Existen otros escritos, conocidos como evangelios apócrifos, no reconocidos como canónicos por las iglesias cristianas actuales, de manera que estos evangelios apócrifos no son aceptados como fidedignos, ni como textos inspirados por la divinidad. Pero sí fueron considerados «escritura» por algunas de las facciones en que se dividió el cristianismo durante los primeros siglos de su historia, especialmente por la corriente gnóstica, que fue la que aportó la mayor parte de estos textos, y por comunidades cristianas que conservaron una ligazón más estrecha con la tradición judía de la que surgió el cristianismo. Este último es el caso del evangelio de los hebreos y el evangelio secreto de Marcos, que diversos autores (como Morton Smith) datan como contemporáneos de los evangelios canónicos y aun como fuente de algunos de estos. Debido a este tipo de debates, hay autores que prefieren hablar de «evangelios extracanónicos», en vez de «apócrifos», para evitar un término que implica a priori la falsedad de los textos. El evangelio de Tomás es incluso datado por algunos expertos en el año 50 d. C., hipótesis que lo convertiría en el más antiguo conocido.[12][13][14]