En la
mitología griega Pandáreo era el nombre de dos personajes que algunos autores, como
Pausanias, tienden a fundir en uno.
El primero era un hijo de Mérope y de
Clímene. Incitado por su amigo
Tántalo robó el mastín de oro que regaló
Hefesto a
Rea para que cuidara de
Zeus cuando éste era todavía un niño, y que ahora custodiaba el templo de Zeus en Dicte. Entregó el perro a Tántalo para que lo ocultara hasta que se pasara la alarma inicial, pero cuando le pidió que se lo devolviera, Tántalo juró por Zeus que no sabía nada del asunto. Otra versión invierte los papeles y hace de Tántalo el ladrón y de Pandáreo el perjuro. Zeus, después de que
Hermes recuperara el perro robado y aclarara el asunto, castigó a los dos amigos: a Pandáreo lo convirtió en piedra, y a Tántalo lo fulminó con un rayo, enviándole posteriormente al
Tártaro para que fuera torturado por la eternidad. Otra versión narra que Pandáreo y su mujer, Harmótoe, lograron huir a
Sicilia, donde murieron en la miseria. Las diosas
Hera,
Artemisa y
Afrodita se hicieron cargo de las dos hijas de Pandáreo, Mérope y Cleotera, ablandando el corazón de Zeus para que no fueran castigadas. Pero éste, sospechando que tal solicitud con las huérfanas sólo podía deberse a que las diosas estuvieran implicadas en el robo del mastín, las entretuvo con argucias y ordenó a las
harpías que se apoderaran de las muchachas, entregándolas después a las
erinias para que expiaran con sus sufrimientos los pecados de su padre. Este Pandáreo fue padre también de la primera Aedón, que celosa de la numerosa prole que tenía su cuñada decidió matar a uno de sus sobrinos. Por error, o por designio de los dioses, mató a su propio hijo, y fue tanto su dolor que se convirtió en jilguero.