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En general arcabucero era el soldado armado de arcabuz.
En la propagación de las armas de fuego manuales, cuya lentitud es notoria y notable por cierto, pues tardaron en generalizarse más de tres siglos, el arcabucero, tanto a pie como a caballo, siempre fue considerado como soldado ligero respecto a la masa, batalla o columna de piqueros. Sea por esta condición o porque en el siglo XVI tocó a España abrir la puerta de los progresos militares, justo es recordar la fama de los arcabuceros españoles en aquel siglo y el siguiente. En Pavía y en otras batallas, los pelotones de ágiles arcabuceros, terribles por su valor y puntería, interpolados con los hombres de armas cubiertos de hierro, al paso que revelan cuánto poder tienen la rutina y el apego a lo antiguo, anuncian un progreso en la táctica, precursor muy anticipado de cambios radicales, quizá no solo en la guerra sino en el organismo social. Es curioso leer en las crónicas la exasperación, los denuestos de aquella célebre caballería, hasta entonces invulnerable y acostumbrada a entrar rajando en la humilde infantería contra aquellos asesinos.
El célebre Bayard, flor y nata de la caballería francesa, murió de un arcabuzazo español en la batalla de Rebec, en 1524 y presintiéndolo sin duda, expresaba su antipatía al arcabuz en el diccionario de su compatriota Bardin con estas mismas palabras: