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El choque circulatorio, también llamado shock circulatorio, es un estado fisiológico en el que, en etapas iniciales, la perfusión (el intercambio gaseoso) de los tejidos es insuficiente para cubrir la demanda de oxígeno y nutrientes para la respiración aeróbica celular.[1]
Los síntomas típicos del choque circulatorio son: presión sanguínea baja (hipotensión), pulso rápido (taquicardia) y muestra de perfusión periférica pobre, evidenciada por descompensación o ausencia de funcionamiento de órganos periféricos (producción baja de orina, confusión o pérdida de conciencia).
Este tipo de choque no está relacionado con la reacción de estrés agudo. El choque circulatorio es una emergencia médica y una de las causas más comunes de muerte en pacientes en estado crítico. Puede tener una gran variedad de efectos, todos ellos con desenlaces similares, pero en esencia todos relacionados con un problema del sistema circulatorio; por ejemplo, puede conducir a la hipoxemia (falta de oxígeno en la sangre arterial) y, por ende, al paro cardíaco.
Otra de sus características es su mecanismo de progresión. Una vez que se inicia tiende a empeorar, por lo que es de suma importancia atenderlo inmediatamente para la supervivencia del paciente.[2]