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El principio de placer y el principio de realidad son dos principios coexistentes e interdependientes que, según el neurólogo Sigmund Freud y dentro del contexto de su teoría psicoanalítica, rigen el funcionamiento psíquico.
Mientras que en el principio de placer el conjunto de la actividad psíquica tiene por finalidad evitar el displacer y procurar el placer disminuyendo las cantidades de excitación vinculadas a aquel, en el principio de realidad la búsqueda de la satisfacción ya no se efectúa por los caminos más cortos, sino mediante rodeos, y aplaza su resultado en función de las condiciones impuestas por el mundo exterior.[1]
En el principio de placer la energía psíquica es libre, inconsciente y está al servicio del ello, mientras que en el principio de realidad la energía está ligada y caracteriza a la consciencia del yo.[2]