Desde su nacimiento, la
música cristiana fue una
oración cantada, que debía realizarse no de manera puramente material, sino con devoción o, como lo decía
san Pablo: «Cantando a
Dios en vuestro corazón». El texto era pues la razón de ser del canto
gregoriano. En realidad el canto del
texto se basa en el principio de que —según
san Agustín— «el que canta ora dos veces». El canto
gregoriano jamás podrá entenderse sin el texto, el cual tiene prelación sobre la
melodía y es el que le da sentido a ésta. Por lo tanto, al interpretarlo, los cantores deben haber entendido muy bien el sentido del texto. En consecuencia, se debe evitar cualquier impostación de voz de tipo operístico en que se intente el lucimiento del intérpretes. Del canto
gregoriano es de donde proceden los
modos gregorianos, que dan base a la música
occidental. De ellos vienen los modos mayor y menor, y otros cinco menos conocidos.