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Las religiones mistéricas, religiones de misterio, cultos mistéricos, misterios sagrados o simplemente misterios, fueron escuelas religiosas del mundo grecorromano cuya participación estaba reservada a iniciados (mystai).[1] La principal caracterización de esta religión es el secreto asociado a las particularidades de la iniciación y la práctica ritual, que no pueden ser reveladas a extraños. Los misterios más famosos de la antigüedad grecorromana fueron los Misterios eleusinos, de considerable antigüedad y anteriores a la Edad Media griega. Las escuelas de misterios florecieron en la Antigüedad tardía; se sabe que Juliano el Apóstata, a mediados del siglo IV, se inició en tres escuelas de misterios distintas, de manera más notoria con los mitraístas. Debido a la naturaleza secreta de la escuela, y a que las religiones mistéricas de la Antigüedad Tardía fueron perseguidas por el Imperio Romano Cristiano a partir del siglo IV, los detalles de estas prácticas religiosas se derivan de descripciones, imágenes y estudios transculturales.[2] Mucha información sobre los Misterios proviene de Marco Terencio Varrón.
Justino Mártir, en el siglo II, los señaló e identificó explícitamente como «imitaciones demoníacas» de la verdadera fe, y que «los demonios, a imitación de lo dicho por Moisés, afirmaban que Proserpina era la hija de Júpiter, e instigaron al pueblo a erigir una imagen de ella bajo el nombre de Koré» (Primera Apología). A lo largo de los siglos I al IV, el cristianismo compitió directamente por los adeptos con las escuelas mistéricas, en la medida en que «también las escuelas mistéricas eran un elemento intrínseco del horizonte no judío de la recepción del mensaje cristiano». A partir del siglo III, y especialmente después de que Constantino se convirtiera en emperador, componentes de las religiones mistéricas empezaron a incorporarse a la corriente principal del pensamiento cristiano, como se refleja en la llamada disciplina arcani (práctica de los siglos IV y V en que el conocimiento de ciertas doctrinas y ritos del cristianismo se mantienen ocultos de personas no cristianas e incluso de los catecúmenos).