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El pacifismo, según la RAE, es el conjunto de doctrinas encaminadas a mantener la paz entre las naciones.[1] Se opone a la guerra y a otras formas de violencia a través de un movimiento político, religioso, o como una ideología específica. Algunos de los medios de los que se vale el pacifismo en la búsqueda de sus fines son: la no violencia activa, la diplomacia, la desobediencia civil, el boicot, la objeción de conciencia, las campañas de divulgación y la educación por la paz.
Por pacifista se puede entender toda corriente de pensamiento y acción que aspira a hacer posible las condiciones para que la ausencia de guerra sea un estado permanente de las relaciones humanas, tanto entre los Estados, naciones y pueblos como entre las personas.
En la historia de la humanidad los períodos sin guerras (entendida éstas como “todo conflicto que implica a uno o más gobiernos y el uso de armas, y que causa mil o más muertos a lo largo de un año”) han sido bastante más largos que los períodos bélicos. La guerra ha sido una excepción a una normalidad básicamente caracterizada por la paz. Basta pensar en las decenas de miles de años –todo el paleolítico y dos terceras partes del neolítico– en las que la humanidad sobrevivió sin estados, ejércitos ni policías. Lo que no significa, obviamente, que en esa época no estuviera presente la violencia individual y grupal. Lo estaba, claro que sí, pero a unos niveles irrisorios comparados con los alcanzados tras el inicio de la “civilización”. Asimismo, desde sus orígenes, la humanidad ha resuelto la mayor parte de los conflictos individuales y colectivos sin recurrir al uso masivo y permanente de las armas. Y lo sigue haciendo cada día. ¿Cómo ha sido y es eso posible? Lo es porque los seres humanos, sin recibir un especial adiestramiento para ello, han sabido encontrar soluciones no violentas a los múltiples conflictos en los que se han visto y se ven inmersos en sus vidas. En contra de lo que mucha gente cree, el pacifismo no es algo ajeno a la experiencia humana, sino algo profundamente enraizado en ella. El pacifismo, especialmente el posterior a la vida y la obra de Gandhi, lo que pretende en realidad es convertir en saber técnico lo que los seres humanos llevan practicando de forma espontánea desde hace miles de años. Es decir, lo mismo pero al revés de lo que pretenden hacer los militares profesionales respecto al ejercicio de la violencia física.
Vale la pena añadir que la exigencia de acabar con las guerras también aparece en el famoso preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas. En él se dice: “Nosotros los pueblos del mundo, resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestras vidas ha infligido a la humanidad sufrimientos indecibles”. Ahora bien, plantearse en serio el objetivo de desinventar la guerra como medio de resolución de los conflictos, obliga a ir más allá de impedir el estallido de las hostilidades entre dos bandos enfrentados: es preciso erradicar las causas profundas que generan malestar social que puede ser reconvertido en apoyo popular a una guerra. En ese sentido, un pacifismo consciente de las dimensiones de la tarea que se propone debe asociarse al conjunto de fuerzas sociales y políticas que luchan por una humanidad justa en una tierra habitable. Dado que ese proyecto va a tener sus enemigos, el pacifismo no debe entenderse como pasividad ante las situaciones de miseria, explotación y opresión política. Por eso, Gandhi y el gandhismo son fundamentales para el pacifismo contemporáneo: su vida y su obra son un ejemplo permanente acerca de cómo se puede luchar por lo que se considera justo sin contribuir a incrementar la “réplica infinita”, la espiral inacabable de acción-reacción-acción, que pone en marcha el recurso a la violencia.[2]